Después de mi primer "Bismarck", tuve otras maquetas de barcos, casi todas regaladas por mi Primera Comunión. En aquella época la gente no tenía ningún complejo en regalar terribles y fascistoides juguetes bélicos a un niño de ocho años. No debían saber que todos íbamos a terminar convertidos en perversos asesinos machistas. De otro modo es seguro que nos hubiesen regalado la cocinita de la Señorita Pepis, o algo asi.
En fin, ironic mode off, el caso es que me desperté la mañana de mi Primera Comunión (1975) rodeado nada menos que por el Richelieu, el Scharnhorst, el Foch, el rompehielos Lenin, el acorazado Potemkin (todos ellos Heller 1/400), la última moda del momento, y un montón de libros de Julio Verne y Emilio Salgari. Pero me faltaba el Bismarck. Toda esa flotilla sucumbió poco a poco en mis juegos infantiles proporcionándome placeres que ninguna Play Station podrá darle nunca a un niño.
No tuve mi segundo Bismarck hasta los doce o trece años. De nuevo se trataba de un ejemplar de Airfix y esta vez me lo compré yo con mi paga. Mi amigo Marcial me había introducido para entonces en las procelosas aguas del modelismo "avanzado", que no otra cosa significaba para mí pintar las maquetas. Entre los doce y los quince años construí y pinté montones de maquetas de barcos, vehículos y aviones, pero los barcos fueron siempre mis preferidos. Ya me documentaba superficialmente por entonces, y ver el Bismarck de Airfix con nuevos ojos supuso una seria decepción. Aquello era un engendro deforme. La maqueta no reflejaba en modo alguno el poder y al mismo tiempo la gracia del acorazado alemán y el viejo Bismarck cayó en el ranking de mis buques favoritos muy por debajo del Scharnhorst o del Graff Spee(Airfix si hizo un buen trabajo con éstos).
Pero nunca lo olvidé. Y ello a pesar de que, a partir de los dieciseis años, apenas tuve tiempo para otra cosa que para estudiar y perseguir chicas.
Fué ya terminada la carrera cuando empecé de nuevo a pensar en constuir un nuevo Bismarck. Mis maquetas de preadolescente habían desaparecido. Después de que mi hermano pequeño me rompiera unas cuantas, me hice con un rifle de balines y acabé con el resto en una especie de Gotterdamerung naval, breve pero muy divertido.
En cualquier caso ya no quería saber nada de Airfix. Hablamos de 1993, y para entonces estaba pensando en el Bismarck de Tamiya (de hecho lo conocía desde hacía mucho, pero su precio lo había puesto siempre fuera de mi alcance).
Debí comentarlo con Eduardo Raboso, un compañero de trabajo de entonces, gran modelista y muy amigo de mi entonces novia... y los Reyes magos de 1994, que me pillaron de guardia en el Hospital, me sorprendieron con ésto:
Lógicamente, tuve que casarme con ella. Estoy seguro de que cualquiera hubiera hecho lo mismo en mi lugar
Paradójicamente, las mieles del amor me mantuvieron apartado de mi adorado Bismarck durante mucho tiempo. Tendrían que pasar casi diez años (y tres niños) hasta que me decidiera a comenzarlo, pero no creo que pasara ni un mes en todo ese tiempo sin que abriera la caja y pasara un rato mirando las piezas del monstruo (que eso me parecía, y me sigue pareciendo, la maqueta de Tamiya)